a menos que tenga la certeza
de que no volverán a abandonarme
en el resquicio de un otoño permanente.
No volveré a recorrer senderos inciertos,
a pecho descubierto,
no sin mi fusil de asalto.
Para las primaveras,
para los veranos polares,
las noches que se mezclarán con los días.
No volveré a hacerle caso a mi piel,
a la tuya me lo pensaré.
Los castillos de naipes los quemaré,
antes de que venga tu aliento a derribarlos.
El hambre y la sed,
el paraíso de los refugiados.
Tu vida, tu piel,
el infierno de mis insomnios.
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