Vuelvo a sentir el vacío. Vuelvo a recordar letras que ardieron en tu infierno. Los besos que no nos dimos, los que te debo. Los que nunca existirán. Ya ni siento. Es triste no sentir nada. Es triste echar de menos cada vez una cosa, y no saber encontrar la salida. Es triste que me dé igual. Pero he de continuar, quemando mis noches, bebiendo derroches, ahogándome en ginebra, fumando hierba. Intentando olvidarme de ti, de mí y de toda la puta mierda que nos rodea. Así empiezo ésta carta. Me asfixio en ésta jodida cama. La apatía y el nihilismo se han hecho dueños de mi alma. Mi ego y mi soledad van cogidos de la mano, y muy heridos, sangrando sin parar, con cada latido. Y no vas a volver. No vas a llamar. ¿Sabes por qué? Porque seguramente ya habrás metido a otra en tus sábanas, o en tus pestañas. O quizá, simplemente, ni te acuerdes de mí. Pero yo... yo vi algo en tus ojos, vi algo que me atrapó. Cuando sentí que se desvanecía ese algo, me quedé más vacía de lo que nunca había estado. ¿Cómo pude imaginarme una vida contigo en cinco minutos? Y después de todo, de lo perfecto que parecía, resultaste ser otro bache, que había aparecido en mi camino para hacerme daño, otro puto bache, otra puta vez. He escondido el libro que me dejaste. Y el gorro que me diste a cambio del mío. Y ahora, después de un jodido mes pensando que no existes, vuelves a mi cabeza para torturarme. No tengo título ni para mi desastre. O bueno, quizás sí: diario de una gilipollas sentimental.
Ahora ya nadie me hace sentir nada. Ni siquiera me apetece que lo hagan. Estoy tan rota por dentro, después de tantas subidas a las nubes fallidas. Después de tantos rascacielos en el infierno, de tus besos amargos y a la vez frescos. Que ya no vuelven. No están. No estás. No estoy.
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