El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que escuche, y el que no pueda encontrar la paz que luche.

domingo, 16 de octubre de 2011


Estaba amaneciendo. Abrió los ojos y la luz le cegó por completo. Cuando recuperó la vista pudo ver que se encontraba en una habitación amplia y libre de objetos, exceptuando la cama, una silla y un viejo baúl a los pies de la cama. Había un solo cuadro en la habitación, era una ciudad en tonos grises, posiblemente Nueva York. Se acercó a la ventana y miró a través del cristal. Nunca Había visto un lugar como aquel. Salió de la habitación envuelta en un camisón blanco que no recordaba tener. Bajó las escaleras deprisa. Toda la casa olía a café recién hecho. El único sonido que se percibía era el de los pajarillos cantando fuera en el jardín. En la cocina había un hombre de espaldas. Entró sigilosa para que no la viera, pero el hombre se giró hacia la puerta y se percató de su presencia. Y ahí estaban como dos completos desconocidos frente a frente. Se miraron fijamente durante unos segundos, y sólo después de esa contemplación, él se acercó y la besó suavemente en los labios. Había ternura en sus ojos y amor, mucho amor. Hacía ya años que lo conocía, y ella seguía viendo al chico joven alocado y sonriente del que se enamoró. Todo había transcurrido muy deprisa, que ahora se sentían como dos extraños. Dos extraños que se querían. Toda esta historia se remonta hace unos 5 o 6 años. Así empezó todo.

 

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